Si, por ejemplo, al filmar o grabar una conversación entre dos personajes, se sitúa una cámara a un lado del eje imaginario que les une y otra cámara en el opuesto, en el montaje se verá que, en lugar de mirarse uno al otro, lo hacen ambos en la misma dirección con lo que el espectador, al ver los dos planos sucesivamente recibe la sensación de que se dan la espalda, no de que estén dialogando, lo cual no solo es absurdo sino que (y eso es lo más grave) altera sustancialmente la reproducción del espacio escénico, desorientando al espectador. Aun en el caso de que no se desoriente, percibirá una información errónea y narrativamente falsa. Para evitar esto se aplica la ley de los 180º, que consiste en dividir el espacio en dos mediante el eje de acción o de miradas, situando las distintas posiciones de cámara, previamente ideadas en una planta de cámara, que integran la secuencia al mismo lado de dicho eje, de tal forma que cuando se montan los planos sucesivamente, el espacio queda perfectamente reconstruido y la acción es verosímil.
Esta norma empírica, apareció en los albores del cine, cuando los montadores se dieron cuenta de que si dos personajes se perseguían, no podían ser filmados desde lados opuestos de la dirección de la persecución, ya que en ese caso no se producía ese efecto, sino el de que ambos iban a encontrarse.
Es este un tema que da lugar a mucha controversia, pues hay quien opina que el espectador moderno no se desorienta aunque se salte el eje y puede ser cierto, pero no lo es menos que desde que se inventó el cine, este error se ha utilizado narrativamente con intención, para producir la sensación de que un personaje está perdido o desorientado.
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