La emoción es un estado de ánimo originado por una sensación o una idea de intensidad bastante para producir una conmoción orgánica que el sujeto percibe, y que exterioriza en gestos y actitudes, vale decir, en movimientos musculares.
Estas reacciones, lógicamente, difieren según la causa que las motiva y la idiosincrasia del individuo, dependiente de su constitución física y, en mucho mayor grado, de su educación intelectual y del ambiente social en que se ha formado. Registrada en el cerebro, la sensación es captada por nervios que la trasmiten a los músculos correlativos, los cuales la traducen, como se ha dicho, en movimientos.
Los gestos y ademanes que se hacen en escena, no son siempre idénticos a los espontáneos sino algo más complicados que en la realidad, aunque no más exagerados; la necesidad de que los intérpretes no incurran en movimientos o actitudes antiestéticas, obliga, frecuentemente, a seguir una línea distinta de la común en la vida ordinaria.
Excepto en situaciones especialísimas, el momento interpretativo se desarrolla por este orden: mirada, acción y palabra. Cuando un amigo viene a casa a visitarnos, primero nos mira, después nos extiende la mano, y por último o simultáneamente, nos habla.
He aquí, algunas manifestaciones afectivas:
Amor, que a su vez puede ser…
- Maternal: Este no requeriría, en verdad, acotación alguna, el amor de la madre a su hijo se expresa, escénicamente y en circunstancias normales, con miradas de intima complacencia, sonrisa sostenida, voz mimosa que toma, frecuentemente, inflexiones infantiles, y tacto cauteloso y suave al manejarlo.
- Místico: Ademanes y gestos muy moderados; andar de ritmo lento con la cabeza levemente inclinada; voz clara, pero no alta, con muy pocas y medidas inflexiones; sonrisa apenas esbozada; mirada apacible, frecuentemente perdida en un punto incierto, que adquiere vida e intensidad al fijarse en una imagen sagrada.
- Ingenuo: Ingravidez de todo el cuerpo; miradas tiernas. ademanes amables, voz dulce, caricias tímidas.
Las manifestaciones precedentes son, como se deduce, propias de los jóvenes; los adultos, en términos generales, son más comedidos, aunque unos y otros ofrecen como características comunes, la voz arrulladora, pero no monótona, y el brillo de los ojos, que revela felicidad; en los hombres, se agrega una actitud de protección que se traduce en diversos detalles:
- Los celos: Que a su vez, pueden revelarse en manifestaciones de tristeza o de cólera, o de una y otra, según el estado de ánimo del personaje.
- Los besos: No requieren de técnica especial el que se da en la mejilla o en la frente, ni el que, acompañado de una reverencia, se estampa en la mano de una dama; es necesario, en cambio, decir unas palabras, acerca del que, casi sin excepciones, constituye el complemento y remate de las escenas amorosas.
La actriz y el actor en ciernes, tienen que hacerse a la idea de que nada de cuanto acontece en la obra guarda la menor relación con su vida real; su tarea consiste en trasmitir al auditorio emociones que no son propias, sino de los personajes que encarnan, y por ello, el roce de sus labios con los de otro intérprete de distinto sexo, no difiere del hecho de propinar o recibir una bofetada, de estrechar una mano, o de hacer cualquier ademán.
Alguna que otra vez el beso es fulminante o robado; lo más frecuente, es que constituya el remate de un diálogo, durante el cual los dos términos del binomio, se han ido aproximando gradualmente, a medida que el clima erótico iba en ascenso; su duración depende. por supuesto, de la situación descrita por el autor, siendo preferible, por muchas razones, que pequen por breves y no por largos.
Son manifestaciones de la cólera: la contracción de las cejas y de las mandíbulas; la tensión de los músculos faciales; la crispación de los puños, la dilatación de los ojos; el enronquecimiento de la voz y, muy característicamente, la respiración. Va desde el simple recelo, que solamente se revela en la palabra, hasta el pánico, que puede enloquecer a una persona.
Mucho más difícil que fingir tristeza cuando nada conturba nuestro ánimo, es simular alegría cuando más embarga una pena o una preocupación.
La risa, elemento infaltable en las situaciones cómicas y de sana alegría, debe ser muy bien ensayada para aprender sus diversos matices:
- El sardónico, en tono grave, que denota desprecio o irritación.
- La burla, con inflexiones ridículas.
- Y el espontáneo, que tiene su complemento en gestos hilarantes, y culmina en la contagiosa carcajada.
Nunca hay que hablar mientras se ríe, sino entre uno y otro bocadillo. Tampoco hay que hablar mientras se llora o se solloza, sino entre las pausas, pero, lógicamente, el tono de la voz será lastimero.
Cuando el intérprete, como signo de aflicción, se cubre la cara con las manos, debe dejar bien visible su boca, confiando a ésta, en esos momentos, la expresión de dolor que ha de llegar al público.
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