martes, 14 de mayo de 2013

GRABACIÓN DE SONIDOS EN LA NATURALEZA.

Grabar sonido en plena naturaleza no es tarea fácil. Pero tampoco resulta demasiado difícil con un poco de idea. Para salir de esta aparente contradicción basta decir que las condiciones de trabajo no suelen depender de uno, por lo que, en general, se graba lo que se puede.

A diferencia de lo que ocurre en un estudio de grabación, donde todo está perfectamente controlado y medido, en el campo tenemos que aceptar que el viento, los ruidos, las distancias y el carácter esquivo y caprichoso de los animales forman parte del juego.

El resultado rara vez está en nuestras manos. Los medios técnicos nos permiten cierta aproximación a los animales, pero nunca sustituyen la capacidad para confundirse y pasar desapercibidos. El equipo de grabación de campo es relativamente sencillo. Una variedad de micrófonos -direccionales montados en reflector parabólico, de cañón, inalámbricos, etc.-, siempre en estéreo, y un buen grabador digital, son todo lo que se necesita. Además de mucha paciencia y capacidad para saber dónde, cuándo y qué vamos a escuchar. Es más un trabajo de naturalistas que de técnicos.

La grabación sonora tiene poco que ver con la toma de imágenes. El más direccional de los micrófonos no pasa de ser un “teleobjetivo” discreto, por lo que las distancias de trabajo han de ser muy cortas. Las ondas acústicas, además, rebotan, se reflejan en el terreno y llegan al oyente desde todas las direcciones, lo que reduce aún más el efecto direccional. Los ruidos parásitos (tráfico, aviones, perros, ciudades, etc.) contaminan el paisaje sonoro en amplias extensiones y a cualquier hora.

Pero no todo han de ser desventajas en comparación con los colegas de imagen. La noche es el gran momento para cualquier oyente, cuando, además de la oscuridad, la humedad y el frescor de la atmósfera facilitan la propagación de los sonidos. También los de niebla son días de fortuna, cuando no sólo es más fácil pasar desapercibido, sino que el paisaje suena mejor, sordo y silencioso. Al volver del campo el naturalista se convierte en técnico y pasa por el estudio de sonido. Es ahí donde se procede a seleccionar y limpiar los registros de ruidos parásitos, pero, sobre todo, donde se readapta la realidad natural, y sus tiempos, al nuevo soporte.


Como en el montaje cinematográfico, las secuencias sonoras se desarrollan en un nuevo tiempo artificial, distinto al natural. Así, acontecimientos que en pleno campo pueden tardar horas en producirse, deben concentrarse en unos minutos para transmitir al oyente, sentado ante una pantalla, un equipo de música o -más impaciente aún- ante un ordenador y con el ratón en la mano, una sensación creíble. Hay que tomar lo esencial, los momentos más descriptivos o sugerentes, para recombinarlos, mezclarlos entre sí y obtener un montaje verosímil que transmita a quien escucha la sensación de haber estado allí.

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